Cuando hasta Superman necesita ayuda

Me considero muy amigo de mis amigos, o por lo menos intento serlo. Creo (espero) que ninguno podrá decir nunca que lo he dejado en la estacada, por lo menos consciente o voluntariamente. Sé que cometo mis errores, como todo ser humano, pero siempre he tratado de corregirlos y compensar el posible daño ocasionado, y espero igualmente haberlo conseguido.

El problema viene cuando tu mejor amigo, ese que es el Dios en el pueblo, ese espejo en el que quieres mirarte, acude a ti con un problema, te pilla de sopetón y no sabes, en el momento cómo reaccionar ni qué decir.

Cuando alguien así al que tienes en una especie de pedestal, quien además ha demostrado su confianza en ti en muchos aspectos, te busca, como quien dice de un día para otro, para pedirte consejo en un asunto serio y tú no sabes qué decir, qué opinar porque te ha dejado tan descolocado que hasta no sabrías que contestar a “¿cómo te llamas?”, eso jode un huevo, porque te sientes fatal contigo mismo, por esa sensación de “le he fallado para una vez que me necesita de verdad”.

Ahora mismo me siento fatal. Me siento como si fuese Robin y no hubiese sido capaz de ayudar a Bat-Man en un momento delicado. Y sé que él lo entiende y sabe que cuando asimile la situación y pueda pensar algo más que “joder, joder, joder…” le podré dar una respuesta, una opinión, un consejo, pero en el momento… jode no poder hacerlo “¡ya!”.

Mutil, ez dago arazorik, hemen nago lagun mina, dena dela